Querido Alpi. Carta de disculpa por «aquello»

Querido Alpi:

Voy a ser breve, porque sé que tu capacidad de concentración es… limitada.

La otra noche se presentó en mi habitación todo un comité de fantasmas macarras y, con un sentido de la didáctica bastante años treinta, me sugirieron a porrazo limpio (y sucio, que uno tenía el bate hecho un asquito), que enmendase ciertas incomodidades que, en el pasado —y siempre de buena fe, por supuesto— he podido causarte.

Sabes que, de cuando en cuando, pensando en agudizar tus reflejos para cuando tengas que defender tu despreciable persona (sin acritud) de la policía o del sindicato del crimen, te he propinado algún cariñoso pisotón y alguna que otra técnica de entrenamiento similar. A veces he complicado aún más los ejercicios, introduciendo interesantísimas y complejas variaciones en los mismos, como despistar tu atención con mi fabulosa conversación y mi insólita capacidad de encontrar temas que interesen a mis interlocutores, por muy audaces que éstos sean (en tu caso me ha costado más bien poco esfuerzo, dicho sea sin ánimo ofensivo). Pues bien, tal vez —y sólo tal vez—, durante alguna de estas pruebas que tan generosamente he planeado y puesto en práctica para ti, alguno de los pisotones no correspondía a ningún ejercicio, sino a un irrefrenable deseo de lastimar tu dedo gordo del pie (no sé qué poderosa fuerza de atracción ejerce sobre mí ese dedo tuyo). Lo mismo me pudo suceder aquella vez que te di un martillazo y te dije que siempre estabas en medio, y que así no había quien clavase la moqueta (que no existía; me ayudo mucho la colosal borrachera que llevabas, por eso pude convencerte de mi versión al día siguiente, mientras te intervenían el dedo en el hospital).

Y eso es todo. Espero que esto no afecte a nuestra amistad y que no hagas un mundo de una nimiedad. Yo, por mi parte, ya he acudido a un psiquiatra muy cualificado, con el que estoy realizando muchos progresos (ya casi ni pienso en tu dedo gordo ensangrentado y estrujado contra el suelo), y al que no pienso pagar, porque es un tipo muy bondadoso y confiado, y alguien tiene que aleccionarlo antes de que se tope con algún sujeto realmente ruin y lo estafe de veras.

Siempre tuyo:

Tu amigo Felipe.

Posdata: Al final no he sido breve, de modo que dudo horrores que hayas llegado ni a la mitad de la carta. Yo he cumplido; si vuelven a aparecer los fantasmas, no dudaré en enviarlos a tu casa para que te den la paliza a ti por no leer las cartas de tus amigos.

Posdata 2.: Disculpa lo del folio. Es un dibujo que mi hermana Ana hizo de pequeña en clase; no tengo dinero para folios, y tú nunca me quieres invitar en la porquería esa de bar que no sé ni por qué me molesto en frecuentar y que ojalá se te derrumbe entero encima del dedo gordo ése.

Felipe Santa-Cruz

Relato extraído del libro Rutinas

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