Entrada de mi diario personal del 30 de agosto de 2011 (¡qué vergüenza!)

Martes, 30 de agosto de 2011

¡Tengo que escribir esto! ¡Tengo que escribir esto, siquiera por desahogarme conmigo mismo! ¡Lo que me acaba de ocurrir! ¡Qué locura!

A veces voy paseando por la calle y Kiwi (yo lo llamo Kiwi) va conmigo. Charlamos de esto y de aquello, pero de lo otro no; luego otra vez de esto y de aquello, pero de lo otro no. Caminamos como si no hubiera camino, y paramos de repente en alguna taberna a tomar un vino. Kiwi me pregunta por sus amigos, y yo le cuento cómo anda Manti, Jolani, etcétera. Pues bien, hoy ha sido uno de esos días en que he paseado con Kiwi por la ciudad pero, en esta ocasión, ha sido él quien me ha preguntado a mí por mis amigos, cosa que no había hecho nunca. Yo he empezado a hablarle de cada uno de ellos, resaltando amorosamente sus cuantiosos defectos y mi mucha paciencia para con ellos. De pronto me he encontrado hablando de Alpi, un muy buen amigo mío, bastante bruto y sagaz, al cual me divierte mucho incordiar. He empezado a contarle a Kiwi que muchas veces, cuando camino con Alpi por la calle, me entretengo dándole un buen pisotón o tirándole la colilla a los zapatos como el que no quiere la cosa. El problema es que, normalmente, Alpi se da sobrada cuenta de mi verdadera intención y, como es bastante más fuerte que yo, me propina un brutal empujón, mandándome despreocupadamente al otro lado de la calle. Por eso, a menudo me veo obligado a preguntarle por temas que sé que le interesan y, cuando Alpi se halla en lo más acalorado de su explicación, ¡zas!, pisotón inmisericorde a su dedo gordo del pie. Enseguida ensayo mi mejor cara de, «ay, perdona, pero sigue, sigue, que estoy de lo más interesado, sigue. No repares en una tontería así». Y casi siempre me funciona. Nada más terminar de contarle este curioso e inocente divertimento mío a Kiwi, éste ha censurado mi conducta muy duramente. ¡A mí! No sé qué se ha creído. ¡A mí! Lo he mandado de vuelta a mi cabeza con dureza y gesto grave.

Hasta aquí, todo normal.

Llego a mi casa, me ducho, ceno y me vuelvo a duchar porque me he derramado todo el gazpacho por encima.

Nada, me acuesto. Y, de repente, se me aparece el Fantasma de las Navidades Pasadas, que otra vez se ha equivocado de cuento. Le reprocho su error y le repito que a mí me encanta la Navidad, y que las prefiero en diciembre, y que es un imbécil, y que me deje en paz. Se va muy enfadado. Al marcharse, aparecen tres fantasmas de golpe, los tres a la vez, nada de lecciones por turnos. Me dicen que son los Fantasmas de las Amistades Maltratadas, que me arrepienta. Antes de que pueda reaccionar, me brean a palos. En esto que yo estoy gimoteando por el suelo indignadísimo, aparece de nuevo el Fantasma de la Navidades Pasadas y se une a la fiesta (pienso poner cepos por todas partes esta Nochebuena). Y cuando ya sólo tengo sano el dedo gordo del pie, uno de los fantasmas saca, como de la nada, a aquel estúpido y rencoroso vagabundo que te conté de la linterna mágica sin pilas, que refunfuña y agita los brazos y erre que erre con que me debe una, y que soy un tal y un cual. Y, sin más ni más, apunta a mi pobre dedo gordo y me propina un severo pisotón que me hace ver las estrellas y el mundo girando de nuevo como es debido.

Al cabo, después de mucha chanza y mucho señalarme con el dedo, se van todos, dejándome allí tirado, confuso y con un ánimo vengativo que me reconcome. Y no sé qué hacer, no sé qué hacer, porque me han amenazado con volver si no enmiendo mis errores del pasado, presente y futuro.

Felipe Santa-Cruz

Relato extraído del libro Rutinas

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2 comentarios en “Entrada de mi diario personal del 30 de agosto de 2011 (¡qué vergüenza!)

  1. Me encanta 🙂 jajaja lo que me he reído, gracias por alegrarnos esta mañana lluviosa (al menos en Ann Arbor, Michigan, está lloviendo un montón). Además me has recordado que puedo esta tarde tengo que empezarme Rutinas.

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