Ahora sí que sí. Ya está disponible House es Holmes, tanto en formato eBook como en tapa blanda. Si alguno no lo sabe, esta novela es la tercera entrega de la serie Mi querido Guasón, que comienza con El vagabundo que se creía Sherlock Holmes.
En principio, sólo se podrá adquirir a través de Amazon. Para los que leáis en eReader, el libro no está sujeto a DRM, de modo que podéis convertirlo al formato que os convenga.
Y nada, espero que os guste. Os dejo a continuación la sinopsis y el primer capítulo para que le echéis un vistazo. También os podéis descargar un fragmento gratuito en pdf: fragmento-de-house-es-holmes
Sinopsis de House es Holmes
Desaparecido James Moriarty, nadie necesita a Sherlock Holmes. O eso es lo que opina nuestro querido Guasón.
Enseguida el destino coloca ante él un nuevo personaje al que emular: House. Este antipatiquísimo doctor lo tiene todo, una personalidad fuerte, cada una de las agudezas deductivas de Sherlock y, lo mejor de todo, la capacidad de vilipendiar a cualquiera con absoluta impunidad.
Sin embargo, pronto descubrirá Guasón que encarnar a House no resulta nada sencillo. No encuentra paciente alguno que se ponga en sus manos, ni un solo hospital que no requiera su número de colegiado. Así, mientras Guasón construye un escenario para su nuevo personaje, un inoportuno crimen se pergeña en la sombra, aprovechando la ausencia del mejor detective del mundo.
Capítulo I: De Sherlock a House
¡Ay!, don Germán justo soñaba que era un caballero templario, muy monje y muy guerrero, cuando un trol apareció ante él, ¡qué falta de rigor histórico!, la cara cien por cien Pedro Guasón, gordito y bajito pero bien tocapelotas, y la emprendió a garrotazos contra su armadura. Y el pobre don Germán-templario se quejaba, «pare, pare; no son maneras», hasta que de pura impresión abrió los ojos. Ahí estaba el trol, menos verde pero golpeándolo igual con el garrote, que resultó ser un bastón.
―¡Venga arriba, Wilson! —lo apremió el descarado trol—. No quiero perderme mi propio juicio.
¡Uf! Horrendo este nuevo Guasón-House, cuando ya empezaba a tragar la versión holmesiana del vagabundo. Aquella maldita serie… Nunca debió mostrársela a Guasón. Pero el pobre estaba tan desanimado con lo de Moriarty… Tuvo que dejar que la viera.
A los pocos capítulos, Guasón se volvió muy grosero y comenzó a trastocar los nombres de todos. Pronto, él ya no fue el doctor John H. Watson, sino el doctor Wilson, un oncólogo divorciado, ¡intolerable para un sacerdote!, y el único amigo del doctor House. Paco también perdió su habitual alter ego. Dejó de ser el inspector Lestrade de Scotland Yard. Ahora se llamaba Foreman y era negro y un perfecto trepa toca huevos, qué envidia me tienes, negrito.
Lo peor era lo de su hermana Sara. De ser la digna casera del reputado detective, pasó a ser la doctora Caddy, la directora cañón del hospital Princeton-Plainsboro. Era horrendo ver cómo Guasón la mangoneaba y coqueteaba con ella al mismo tiempo, con ese estilo chulesco que tantos bofetones le estaba granjeando, hombre, ¡por Dios!, no le pellizque el trasero a mi hermana.
Y nada, como siempre, ahí estaba él para sufrir a Guasón, y pare ya con el bastoncito, hombre, ya me levanto.
―Y no son maneras de tratar a nadie —añadió don Germán, desembarazándose de las sábanas—, y menos a un sacerdote. Va a ir usted derechito al infierno.
―Venga, dormilón, no te quejes más —apremiaba Guasón a su colega al tiempo que lo odiaba muchísimo por empeñarse en tratarlo de usted y le gritaba interiormente métete en el personaje, joder—. Alguien tiene que cometer perjurio por mí, y resulta que eres el único médico del hospital que lo haría a mi favor.
―El juicio no es hasta la una, y no hemos quedado con la abogada hasta las doce y media. ¿A qué vienen estas prisas?
―A que tenemos que repasar tu declaración.
―Pero ¿qué declaración? Si yo voy a acompañarlo.
―Eres mi testigo principal, y el secundario, y el de reserva. Lo he preparado todo. No me fío de esa abogada. Está demasiado buena para preocuparse por ganarse la vida.
―Eso que ha dicho está muy pero que muy feo.
―Déjate de ñoñerías y atiende (y trátame de tú, joder). Necesito que digas que la punción cerebral fue imprescindible, que el paciente habría muerto de no habérsela practicado. Ellos te dirán que no le di a firmar el consentimiento informado, y tú les preguntarás si prefieren a un padre muerto e informado o tetrapléjico e ignorante.
―Pero ¿qué padre ni qué punción! —replicó don Germán mientras caminaba hacia el baño—. Lo acusan a usted de robo. Se llevó toda la ketamina de una clínica veterinaria. ¿Ya no se acuerda?
―¡Ay, ha robado uno tantas drogas en su vida! No, no me acuerdo. Además, yo no tengo la culpa. Me duele la pierna. Necesito esas drogas, y lo sabes, así que no me vengas con tonterías y vamos a centrarnos en tu declaración.
―Le repito que no voy a hacer ninguna declaración. Sólo lo acompaño.
Don Germán se internó definitivamente en el baño y empujó la puerta hasta el cierre que, por supuesto, no se produjo; Guasón se había tomado la molestia de interponer su bastón entre el quicio y la hoja.
―Vas a declarar justo lo que te he dicho o me voy a pasar todo el mes escupiendo en tu café… con moquitos y todo.
Don Germán comprendió una vez más que no iba a poder ganar contra Guasón, y se apresuró a proferir un decaidísimo vale porque ya no podía aguantar más el pipí.
―¿Algo más? —añadió luego de su renuncia diaria a la cordura—. ¿Puede usted apartar el bastón? Me gustaría orinar.
―Sólo un cosa más: no me trates de usted… y no digas orinar… nunca más. También te escupo en el café si dices orinar. Hasta puede que te orine en el café si vuelves a decir orinar.
Y hasta aquí puedo contar. Encuentra la novela completa en Amazon.
¡Un saludo!