Partiendo de la base de que la inspiración solía buscar ingenios y sensibilidades no sólo capaces, sino también sobresalientes, digamos que Fulano era un poeta que gustaba de correr detrás de la inspiración. Ella se comportaba cual Dafne con Apolo. Pero era Fulano un Apolo algo Vulcano, porque estaba cojo y componía sus versos a base de martillazos. Esto hacía huir a la inspiración cada vez que se cruzaban por la calle, en un café, en el cine e incluso en el teatro, al que Fulano no acudía a menudo porque estaba sordo del oído derecho y el izquierdo lo tenía entretenido.
A veces, al ver a la inspiración aproximándose despreocupadamente por cualquiera de las dos calles del centro, se escondía en una esquina o detrás de un arbusto y la atizaba con un palo, la ataba y la obligaba a inspirarle versos. Pero la inspiración siempre acababa engañándolo, y Fulano la soltaba sin haber sacado nada de ella. Hasta que un día, impotente y frustrado, la golpeó tan fuerte que la dejó sonada y medio lela. Y así la inspiración pasea hoy día por todos los saraos, tarada y extensiva, y se acuesta con cualquiera que la llame, engendrando con un Apolo por cada mil Vulcanos.
Felipe Santa-Cruz
Relato extraído del libro Rutinas