Antes los hombres vestíamos mejor, más estilosos. Cuando un hombre abría su armario, encontraba dentro una barbaridad de homosexuales que debatían y aconsejaban al sujeto lo que debía vestir aquella mañana/tarde/noche. Cuando el caballero contraía matrimonio, compraba otra casa con otro armario, y su mujer se encargaba de que éste estuviera sólo lleno de ropa; nada de homosexuales. Las decisiones importantes las tomaba la mujer. El hombre se plegaba a los gustos estilísticos de su señora, sabedor de que era lo mejor para ambos y para su pobre y enferma mamá.
Hoy día los armarios están vacíos y las mujeres se cansan de los hombres unos días después de conocerlos. De modo que a menudo se puede ver, a través de las ventanas de la ciudad, a algún hombre sentado en la cama en calzoncillos, mirando con nostalgia las entrañas inescrutables y frías de su armario.
Felipe Santa-Cruz
Relato extraído del libro Rutinas