La Justicia era ciega por parte de padre y de madre, la Fe se sacó los ojos el día que descubrió que servían para ver, y la Imaginación veía perfectamente, aunque no mejor que la Inteligencia, que a este respecto era un halcón. Esto traía de cabeza a la Imaginación, a la que a veces le daba por envidiar, cuando no tenía nada en lo que recrearse. Un día, tal vez de noche, convenció a la Fe y a la Justicia, y entre las tres le sacaron ambos ojos a la Inteligencia para repartírselos y usarlos. La Imaginación se quedó con uno, sustituyéndolo por su ojo izquierdo; la Justicia, siguiendo el mismo método, se quedó con el otro. Luego regalaron, cada una, su ojo sustituido a la Fe, la cual se encontró de repente llenando sus cuencas con un ojo ciego y con otro que disparataba la realidad hasta tornarla fantástica; ambas cualidades le fascinaron, ¿o quizás le entusiasmaron?
A la semana siguiente tomaban café las tres en una pequeña bodeguita del centro, y mientras la Fe callaba y sonreía con la vista fija en algún punto, cuentan que la Justicia y la Imaginación intercambiaban, divertidas, miradas de Inteligencia.
Por Felipe Santa-Cruz
Relato extraído del libro Rutinas