―No, no es por eso, de verdad… (Sí, traiga usted dos más). Es que me duele que, después de toda una vida en el negocio, ninguno de mis hijos vaya a querer llevarlo.
―Véndelo y vive como un rey lo que te queda.
―No sé, no sé. A mí me gustaría trabajar en la tienda con uno de ellos, y enseñarle todo lo que sé, y disimular lo que no sé, y que parezca que lo sé todo: cómo cobrar más a los guiris, y dar mal el cambio, y racanear un poco más de tela al proveedor y un poco más de tiempo al acreedor, y todo eso de cómo hay que tratar a cada cliente y de que el consumidor siempre tiene la razón cuando es razonable y lucrativo para el negocio…
―Te entiendo, te entiendo…
―Ya, ya, si tú siempre me has entendido. Tarda algo el camarero, ¿no?
―Estará fabricando la cerveza.
―Y matando el olivo a patadas, porque no para de poner aceitunas por todas las mesas. Menos traer nuestras cervezas, éste es capaz hasta de pensar un rato. Pues eso, que ya nadie sabe llevar un negocio como es debido, porque no se heredan, y los chiquillos terminan trabajando para un tipo al que odian y que no les enseña más que pamplinas. No digo yo que a mí no me odien mis hijos, pero al menos me odian con cariño. Y yo también los odio con cariño…; que hay días en que los estampaba contra el portátil y contra el cacharro ése con el que juegan. Pero después me digo, déjalos; si son unos críos…
―Sí, con treinta tacos, el más chico.
―Pero muy inútil; de eso no tiene culpa.
―Y está tela de gordo.
―La madre, que lo mima.
―Sí, y el niño, que se mama. Porque vaya las cogorzas que se agarra. El otro día, salía yo a trabajar y lo encontré durmiendo en el portal.
―¿En qué portal?
―¡En el de Belén, Paco! Abajo, en el del edificio. ¿En cuál va a ser?
―Tendría sueño, el chiquillo.
―Y tanto. Le robé la cartera y no se dio ni cuenta.
―¿Y llevaba dinero?
―Unos diez euros.
―Pues hoy pagas tú; y ahora me pido un par de tapas y un poquito de jamón… Vamos, si el desgraciado éste tiene un momento de inspiración, se le aparece la Virgen de Fátima, y le dice que se deje de pastores y nos atienda.
Felipe Santa-Cruz
Relato extraído del libro Rutinas
No, si al final paga el «inútil». Y él sin saberlo. 😛 Un abrazo, Felipe.
Para que luego digan que no sirven para nada 🙂
Un abrazo.