Como estudié durante unos años oposiciones a opositor, a veces sentía el irrefrenable impulso de clavarme mis rotuladores y bolígrafos en los brazos y en los muslos de puro aburrimiento y frustración (los subrayadores no se deben clavar en uno mismo, porque se les chafa muy rápido la punta y no satisfacen ninguna necesidad). Cuando decidí dejar las oposiciones para comenzar a trabajar como estudiante de Derecho, mis padres no entendieron muy bien mis intenciones porque estaban viendo la tele.
En poco más de cinco años me licencié sin honores y con un diploma que (debidamente enrollado) utilicé para beber de un cubo de cerveza durante la fiesta de graduación. Enseguida comencé a opositar de nuevo; esta vez, Judicatura.
Poco tiempo después cumplí sesenta y cuatro años, y a los sesenta y cinco aprobé las oposiciones al tiempo que me jubilaba.
Me quedé con muchas ganas de ejercer…
Todavía, algunas noches, me siento en la mesa de la cocina y, maza de ablandar filetes en mano, golpeo severamente la tabla de cortar pan y me retiro a deliberar demandas de divorcio entre las parejas mixtas de los packs de yogures, que esperan la sentencia, impacientes, por si van a perder la custodia del Petit Suisse o los van a botar de su estante del frigorífico.
Felipe Santa-Cruz
Relato extraído del libro Rutinas
Yo tenía una amiga que preparaba oposiciones de judicatura, después de tres años queriéndose morir las dejó.
Je, je. Si es que la de estudiante es una profesión de riesgo, sobre todo psicológico.
Un saludo.