Los gustos y opiniones ajenas expresadas en voz alta son tan inciertas como oportunistas y circunstanciales. Por ejemplo: Él no podía pronunciar la «R», y en su lugar profería una «L». Se pasó la vida diciendo que su palabra favorita era «colegir», pero, como nunca la empleó en frase alguna, jamás supimos con exactitud cuál de las dos palabras prefería.
Felipe Santa-Cruz
Relato extraído del libro Rutinas