Un señor se levanta temprano, desayuna fruta (qué aburrido), se viste, se desviste y se vuelve a vestir. Sale a la calle, va al banco, saca todo su dinero y lo vende en la plaza cobrando ochenta y cinco céntimos por cada euro. Toma sus ganancias, o sus perdencias, según se mire, y va al parque. Allí habla con una señora muy mayor cuya única ocupación es hacer el papel de loca de las palomas de nueve de la mañana a dos de la tarde (los domingos libra y aprovecha para ir al casino y a charlar con cierto árbol encanijado muy atento y con unas condiciones laborales de lo más injustas). Le entrega un puñado de monedas; ella le da una paloma; la paloma le da un picotazo, él entrega unos céntimos a la paloma y se va mientras ésta los guarda en su cuco monedero de tela azul ribeteado en ocre. Va al centro de salud a curarse la herida. Allí trabaja una joven a la que él pretende (pretende muchas cosas con y de ella). Le enseña la herida; ella lo conduce a una sala con una camilla y le limpia y le cura el picotazo cantando «sana, sana, culito de rana…». Se miran y se hablan bajito y se ríen de nada y de todo y de algo. Él besa su mejilla; ella se ruboriza y mira para abajo, pero en realidad ocurre que él está pisándole un pie. Se marcha contento el señor.
Va al bar, saluda a Flufi por su nombre, Pedro (pobre Flufi), que está en la esquina sentado refunfuñando y no le contesta, pues se ha despertado Muhammad Alí y está terriblemente enfadado porque Ernie Terrel le ha llamado Cassius Clay y a ver qué se ha creído, que ése es su nombre de esclavo, y se las va a pagar en el cuadrilátero cuando le pregunte otra vez cómo se llama y, dependiendo de lo que le conteste, le va a golpear más o menos bruto y erre que erre. Come algo. Toma un vino, luego nada, luego un vino. Paga con las monedas de su bolsillo su cuenta y la de Flufi, que ahora se dirige a la prensa y grita y amenaza e insulta a Ernie llamándolo Tío Tom.
Sale del bar. Camina.
Por las tardes trabaja robando en la joyería de un señor muy mayor que no se queja porque entiende que ha de pagar la compañía que se le brinda, y sabe que este ladrón en particular nunca roba más de lo que necesita, y además le defiende de los demás maleantes.
A las nueve y media termina su jornada. Ayuda al señor mayor a cerrar la joyería, lo acompaña a casa paseando y se despiden animosamente hasta mañana por la tarde.
Vuelve a casa. Sube las escaleras, las baja y las vuelve a subir. Entra en su piso, cena una lata de atún y otra copa de vino. Se mete en la cama y se va quedando dormido mientras cavila y repasa la rutina B, que ha de llevar a cabo al día siguiente. Se duerme, se despierta y se vuelve a dormir.
¿Quieres leer la siguiente rutina? Aquí la tienes: Rutina B
Felipe Santa-Cruz
Relato extraído del libro Rutinas
Leer relato siguiente. El mentiroso, micro relato para sobrepensar
Leer relato anterior. La tertulia