Éste es mi puño. Dadle mi letra a quien la quiera.
De estos, mis ojos, vuestro es el llanto y la mirada.
Vuestra, también, la voz —lo que decir quisiera—,
y vuestros los silencios de mi pugna acallada.
Vuestro es, al fin, el vago producto que mi esencia
genera por los campos con su marcha pausada;
vuestras son las improntas de una y otra vivencia.
Míos son los zapatos, y vuestra la pisada.
Mío es aquel instante frío y aquella llama.
¡Y vuestro es luego el arte! ¡Y es vuestra la poesía!
Ya no es mío el abrazo ni el beso de esa dama.
Vuestra será la sangre, pero la herida es mía.
Felipe Santa-Cruz
Poema extraído del libro La daga en la pluma